domingo, 17 de enero de 2010

LA GUERRA INTERNA

SEPTIEMBRE DE 1998

PROGRAMA DE SALUD DEL VETERANO BONAERENSE. 
1as JORNADAS: “CONCIDERACIONES SOBRE LA GUERRA Y SUS EFECTOS” - Pvcia. de Buenos Aires

“La Guerra Interna.
Una mirada crítica sobre los Derechos Humanos de los ex-soldados de la Guerra de Malvinas”.

Autor: Lic. Marcelo Prudente.

El primer problema es considerar el tema desde mi propia implicación, al ser al mismo tiempo ex–soldado combatiente y profesional de la salud; y como tornar esta situación en algo que beneficie su planteamiento, análisis y comprensión. También influye el hecho de estar trabajando desde hace aproximadamente un año en la atención de veteranos de guerra y conocer algunos posicionamientos encontrados y otros concordantes tanto por parte de los pacientes como de algunos profesionales respecto del tema de sus derechos; sin querer arrogarme en lo que digo, ningún tipo de representación de organización o grupo de uno u otro tipo.

El destino y la opción de haber elegido ser un profesional de la salud (Psicólogo), e incluso, el singular trayecto por la vida y por la profesión que he podido realizar a lo largo de estos años, han hecho darme cuenta de que manera, este camino está profundamente ligado mi pasaje por esta vivencia de la guerra, así como a otras cuestiones de mi propia historia.
No he dedicado estos años a investigar, juntar información o estudiar sobre estratégicas político- militares de la guerra, ni tampoco sobre las consecuencias del estrés post-traumático en los combatientes; pero si he aprendido algo en relación a cómo el malestar que generan las contradicciones con las que vivimos, nos enferman día a día sino intentamos comprenderlas y resolverlas.

Estando en Malvinas, en un intervalo de fuego durante un bombardeo enemigo por la noche, cuando junto a un compañero intentábamos refugiarnos, éste me dice:
–¿“Me querés decir que carajo estamos haciendo acá? - ¿Vos creés que somos patriotas?...
- Yo que sé negro, yo estoy tratando de sobrevivir. Le contesté sin pensarlo demasiado.
Pasado un rato (mientras otras bombas seguían cayendo ni lo suficientemente cerca para tener que huir del lugar, ni lo suficientemente lejos para estar tranquilos), me dice, ahora bastante más angustiado:
- “que Dios me perdone, pero yo lo único que pienso es en volver a mi casa... es lo único que me interesa de toda esta mierda”.
Creo que ya no le contesté nada (después de 15 meses en el ejercito me había acostumbrado a callar lo que pensaba).
Este soldado, que era analfabeto (uno de alrededor de veinte de una compañía doscientos, la mayoría del conurbano bonaerense) no regresó de Malvinas. En un episodio, parecido al que algunos de Ustedes habrán leído o escuchado contar a algún soldado, donde los que pudieron salieron corriendo (cuando se dieron cuenta de que quienes debían estar al mando se habían ido primero), él se dirigió hacia una posición de avanzada a buscar a otro soldado al que habían abandonado allí sin avisarle. Este último (gracias a su ayuda) sí pudo volver a su casa.

Cuento esto, porque creo que tanto el diálogo que mantengo con mi compañero, como en el hecho trágico posterior (similar a muchos otros con igual o diferente final), encierran una esencial contradicción, un conflicto que subyace aún hoy, tanto en la especificidad de la problemática que nos convoca en estas jornadas de salud mental, como en la base de la conflictiva intrapsíquica, intersubjetiva y social del ex –soldado combatiente; a lo que se agrega por supuesto cada historia singular previa y posterior a la guerra. No es a esa contradicción íntima, inherente a todo ser humano en esa u otras circunstancias límites, entre el impulso a conservar la vida y el deber moral de arriesgarla por solidaridad con otro o por una causa valorable, a lo que deseo referirme en este momento; sino a aquellas contradicciones que se originan en “mandatos” (inconcientes) de determinados ideales y valores junto a aquellas determinaciones socio- culturales en base a las cuales se formaron y fueron transmitidos, enseñados, inoculados a lo largo de la historia de cada uno; que estallan en conflicto en ese momento ante la situación o acontecimiento traumático, pero que no es solo este  últim0 a mi entender su causa.

La perspectiva que elijo para empezar a desarrollar esta hipótesis, es la de los DERECHOS HUMANOS, en este caso los DERECHOS-VIOLADOS a soldados de Malvinas, tanto durante como después, pero fundamentalmente antes del conflicto bélico. No se trata de aquellos derechos que figuran en la letra de las convenciones y tratados internacionales (tanto los derechos encuadrados en las acciones dentro del campo de batalla, como los relativos a los resarcimientos posteriores a la guerra para los sobrevivientes y familia de las víctimas), elaborados por las potencias hegemónicas para que otros los cumplan, por lo general luego de ejecutar todas las atrocidades en sus guerras y conquistas en nombre de ideales de progreso, paz, libertad, etc.; ocultando intereses económicos, estratégicos, geopolíticos, etc.. No porque considere que estos derechos no son importantes; seguramente su sistemática violación ha sumado aún más padecimientos secuelas y muertes innecesarias a quienes pudieron volver; pero entiendo que estos, en tal caso, solo forman parte de otros derechos mucho más básicos y fundamentales; y que al acotar la reflexión solo sobre aquellos, se anula el debate sobre estos últimos:
- Es decir, sobre las causas y determinaciones socio-históricas del origen y consecuencias de la guerra y sobre la correspondiente adjudicación y asunción de responsabilidades al respecto.
En este caso, se me hace necesario abordar la cuestión desde la generación a la que pertenecemos la mayoría de los ex-soldados de esta guerra (nacidos la mayoría en 1962/1963) y analizar al menos sintéticamente, los avatares particulares de la época en que crecimos y vivimos. Creo que en general, somos una generación de sobrevivientes ya desde antes de la guerra; porque la mayoría crecimos en base al silenciamiento y la represión de nuestros deseos y proyectos en muchos casos compulsivamente, pero en otros sin siquiera darnos cuenta de que las cosas podían ser de otra manera. Por lo tanto, también sin oportunidad de revelarnos y liberarnos aunque más no sea desde el punto de vista espiritual o intelectual, ya que de una u otra manera, nos digitaron lo que podíamos pensar, creer, sentir, decir, leer, aprender, anhelar, etc.. De todas formas, acepto que este planteo es algo generalizador y que de acuerdo a los distintos ámbitos geográficos y contextos socio-culturales y económicos, habrá habido significativas diferencias en nuestras familias, los modos de crianza, educación y en las distintas posibilidades de construir un posicionamiento crítico o no y una mayor conciencia social frente a estas cuestiones.

La cuestión es que este conjunto de hechos que nos tocó vivir (con todas nuestras diferencias) a quienes luego nos vimos llevados a participar de la guerra, si bien son susceptibles de diversas y contradictorias interpretaciones, estuvieron sin duda enmarcados y condicionados entre otras cosas, por las sucesivas interrupciones del orden constitucional, del crecimiento y del desarrollo de la vida democrática en nuestro país, ocasionando la muerte lenta pero definitiva de lo que (a esta altura utópicamente) podría haber sido el estallido y consolidación de un verdadero proyecto colectivo por lo menos generacional. Este contexto creo que es esencial para empezar a plantear esta problemática de los Derechos Humanos del soldado de Malvinas, pues, como todos sabemos, aunque no se cumplan, estos se fundan sobre la igualdad en las oportunidades de promoción y protección de las condiciones de vida y salud que aseguren fundamentalmente el acceso a la educación, el conocimiento y la información que nos permitan crecer y desarrollarnos en un marco de libertad que favorezca nuestras vías de elección propias y nuestra capacidad, por ejemplo, para poder decidir quienes queremos que nos representen en nuestros gobiernos (aún más allá de todas las deficiencias que reconocemos al “sistema democrático”). Este punto es justo el que nos estuvo vedado en menor o mayor medida a quienes formamos parte de esta generación desde el comienzo de nuestras vidas; una parte de los cuales fuimos llevados a pelear a Malvinas en 1982 y a quienes se nos negó el DERECHO de decidir, aunque fuese de manera indirecta a través de representantes; ir o no a una guerra. Digo esto, porque entiendo que en ese momento (así como en otros momentos de la historia lejana y no tan lejana), se “jugó” perversamente con el concepto de “Patria” y de “Malvinas - Argentinas” como una “causa justa”; sentimiento arraigado en muchas de nuestras subjetividades, no naturalmente, sino construido a lo largo de nuestra formación y crecimiento como seres humanos en toda esta etapa, pero esencialmente dentro de un marco de totalitarismo que nos privó del DERECHO a tener una participación activa en la construcción de nuestros ideales y de nuestra identidad como ciudadanos, a debatir y a pelear por ellos.

Todo esto, entre otras cosas sirvió para lograr el consenso necesario (tanto por acción como por omisión) para llevar adelante esta empresa delirante de la guerra y también estuvo seguramente pensado, como a esta altura todos sabemos, como forma de perpetuarse en el poder, o al menos como pantalla y salida “digna” de la decadencia del Proceso de “Destrucción” Nacional llevado a cabo durante todos esos años, del que todavía hoy sufrimos las consecuencias.
Estos hechos marcan y condicionan significativamente nuestro pasaje por la experiencia de la guerra y sus consecuencias en el psiquismo de cada uno de los que participamos. Después, una vez perdida la guerra, el sentimiento de frustración, fue terrible para gran parte del país, pero incalculablemente mayor para quienes estuvimos allí. En principio por la herida narcisista de la derrota, la humillación y la muerte, tanto de la “ilusión”, como frente a la realidad de los compañeros y amigos caídos en combate (con el consecuente sentimiento de culpa por haber vuelto); luego, poco a poco, el ir tomando conciencia de toda la incapacidad, negligencia, desidia y cobardía con que se habían hecho las cosas. Pero fue fundamentalmente después y retroactivamente, cuando comenzó a caer el velo de todo aquello de lo que habíamos sido objeto durante el conflicto bélico y también a lo largo de todos los años anteriores de nuestra infancia, adolescencia y juventud; cuando empezó a tomar forma la dimensión de la mentira, el engaño, el ocultamiento sobre quiénes eran en realidad, los que habían sido responsables de nuestras vidas (y muertes) y nos habían dado ordenes desde dentro y fuera del campo de batalla. Tanto desde aquellos que habían mentado, planeado y ordenado todo el “circo”, quedándose a mirarlo por TV, (junto con el mundial del fútbol) , hasta aquellos que huyeron cobardemente dejando abandonados a sus soldados en los momentos más cruciales. También de estos derechos (los relacionados con la protección y el trato del soldado), fuimos objeto de violación dentro del campo de batalla pero en este caso por parte de nuestros propios mandos militares.
Ahora bien, “y como si esto fuera poco”, junto con esta clase de personas, aquellos militares (que los hubo), que protegieron y lucharon con sus soldados hasta las últimas consecuencias; aunque nos costara creerlo, también habían sido en muchos casos torturadores, asesinos o al menos cómplices de las muertes, desapariciones y arbitrariedades en los años de la represión y de todo el proceso que desembocó en la guerra.
Esta revelación, que para algunas personas de otras generaciones podía tener un carácter de mera confirmación, o de salida de un largo período de amnesia o confusión, para la mayoría de la nuestra, y especialmente para quienes fuimos a Malvinas, multiplicó infinitamente la frustración, y la bronca de haber sido utilizados de esa manera; de que nos hayan impedido el DERECHO de ser los protagonistas genuinos de esa lucha por un ideal de justicia anticolonialista, habiendo tenido la oportunidad histórica para hacerlo.
Con esto, no me refiero a ganar la guerra (cosa que aparte de imposible, a esta altura sabemos que hubiese sido peor, porque los hubiese perpeutado en el poder), sino a “tener todas las cartas sobre la mesa” para saber que papel jugábamos; desde la libertad para decidir en la construcción de nuestros ideales y valores, hasta la posibilidad de conocer las verdaderas motivaciones y posibles consecuencias de semejante emprendimiento para nuestro futuro, el de nuestras familias y el del país.
Después, para muchos, solo quedó la desilusión, la desesperanza y las pocas posibilidades de volver a creer en algo, causa, en muchos casos, junto con otros condicionantes sociales y económicos, del agravamiento de los traumas de guerra y de la gran proporción de suicidios, accidentes, delincuencia, alcoholismo, drogadicción, problemáticas de violencia y problemas de salud en general para los ex-soldados y sus familias.

Este sentimiento de frustración y violación más íntima de los derechos, queda mucho más clara si consideramos que esta progresiva revelación, (aunque no por eso verdadera comprensión de los hechos), ocurre en el contexto del “Regreso sin gloria”, de todo el rechazo, la indiferencia y el ocultamiento de la sociedad en general, manipulada en parte por la cúpula militar de turno, por la prensa cautiva; y posteriormente por toda la negativa encubierta de los gobiernos democráticos que siguieron, a considerar la gesta de Malvinas en su aspecto verdaderamente noble y patriótico desde la perspectiva de los combatientes-soldados, separándola de los oscuros y perversos intereses de que fuimos objeto. Luego también, al intentar borrar la memoria de la guerra, así como toda la memoria de un pueblo, a través de las leyes de obediencia debida, punto final e indultos que todos conocemos, perpetuando la impunidad y multiplicando el dolor, la desesperanza, la imposibilidad de cicatrizar las heridas y de acercarnos a la verdad.

No quiero con esta caracterización, borrar la especificidad de la temática del ex-combatiente tras un discurso de posicionamiento ideológico, que en algunos casos podrá ser compartido y en otros seguramente no; y que tampoco tiene el objetivo de proponerse como una verdad absoluta. Sí, tiene la intención de aportar de alguna manera a ampliar y profundizar el debate y el conocimiento sobre este tema, desde un recorrido absolutamente singular e implicado, tanto desde la experiencia personal como clínica, dejando de lado cualquier pretensión de neutralidad en relación al saber.

Volviendo al diálogo del comienzo con mi compañero muerto en Malvinas, creo que la contradicción y el conflicto allí planteado se encuentra profundamente entrelazado con todos estos derechos que fueron y siguen siendo permanentemente violados y olvidados. Entiendo esto así, tras haberlo reflexionado y analizado en lo personal de mi experiencia terapéutica y de vida, en la de mi trabajo como profesional, intentando un constante posicionamiento crítico en torno a mi tarea; y también, al confrontarlo en la experiencia clínica en la coordinación del grupo de veteranos de Gral. Rodríguez en este último año. De esta manera, he podido comprobar, que este conflicto, se reproduce en la mayoría de los casos de los ex-soldados, a pesar de las diferentes formas en las que lo hayan podido elaborar o no, en la diversa gravedad en que aparece o apareció a lo largo de la historia de cada uno y pudiendo incluso estar o no asociado a algún desarrollo patológico o sintomatología.
En la problemática del veterano, surge una y otra vez, expresado de diversas maneras el tema de la identidad; en lo que dice, en lo que calla, en la forma en que se relaciona o se aísla del mundo, en la pertenencia o no a distintos grupos o instituciones, en los logros y fracasos en los distintos ámbitos de su vida (educación, trabajo, familia), en la posibilidad de tener un desarrollo positivo y creativo de sus potencialidades en estos contextos y de poder o no plantearse un proyecto de vida posible más allá de los  traumas de la guerra y los condicionantes socio-económicos de estos años.
Esta identidad, que estuvo y continúa siendo forjada en el contexto que he tratado de describir, lleva el signo de esta contradicción entre tener la sensación de haber participado de un hecho histórico trascendente, que quedará escrito (vaya a saber de qué manera) en los libros que leerán sus hijos, nietos, etc. y que simultáneamente formó parte de un proyecto arbitrario, de destrucción y muerte del que gran parte de la sociedad se avergüenza y se defiende negándose a recordar y a elaborar para no seguir repitiendo; y de una trama planificada desde intereses ocultos (tanto nacionales como internacionales) de los que no se pudo en el caso de los soldados y de gran parte del pueblo tener verdadera dimensión en aquel momento; que continúan pulsando por encontrar su verdad y su justicia.

No fue lo mismo para quienes, pudiendo hacerlo, no quisieron ver esta dimensión de los hechos, tanto desde su lugar de poder, como desde aquellos que fueron cómplices apoyando abiertamente, o subiéndose al caballo de la excitación popular intentando sacar algún beneficio propio (políticos e intelectuales tanto de derecha como de izquierda), como así también quienes callaron, por interés o por miedo, sabiendo la manipulación, el engaño y los riesgos que esto comportaba.

Estas contradicciones en que vivimos los los ex-soldados combatientes de Malvinas y también la sociedad en su conjunto, están implícitas ya en aquella pregunta de mi compañero, en mi respuesta, así como en su propia respuesta y en el desenlace posterior (su acto de valentía y su muerte); y continúan repercutiendo dentro de muchos de los que pasamos por lo mismo aunque hayamos tenido mejor suerte:
¿Quiénes fueron los patriotas y los cobardes en aquel momento?, ¿qué significó defender e identificarse con la causa de Malvinas antes, durante de la guerra y luego seguir haciéndolo o no cuando regresamos?. ¿Siguió y sigue significando lo mismo luego de estos años?. ¿Por qué para muchos la necesidad de seguir pensando en “volver” para poder reconocerse en algo y no perder su identidad?. ¿Es esa la única forma de honrar a los que cayeron muertos o de defender nuestra soberanía... o es acaso un discurso propiciado por algunos pocos para encubrir y justificar las verdaderas motivaciones y equivocaciones cometidas sin hacerse responsables?. ¿Por qué la necesidad de muchos veteranos de identificarse con algunas de estas cuestiones para poder vivir y encontrar un lugar en el mundo; u otras veces tener que ocultarlo por resultarles insoportable o insostenible por la contradicción que plantea internamente o por lo menos el inconveniente para andar por la vida por la discriminación de que somos objeto?. ¿Existe alguna salida de este conflicto, que pueda plantear un posicionamiento diferente al respecto?. No una respuesta única, corporativa, totalizadora, a la que el veterano se sienta obligado a identificarse para no quedar afuera de cierto ámbito de pertenencia (y no es mi intención con esto desalentar los proyectos de autogestión colectiva presentes y futuros de los veteranos), sino aquella posición que cada uno pueda ir elaborando de acuerdo al mayor criterio de realidad y conocimiento posible de las complejas causas, motivaciones e intereses puestos en juego en lo que ocurrió, más allá incluso de las distintas posiciones ideológicas.

Entiendo que estas preguntas, que se desprenden de los hechos y “derechos-violados” a los soldados, que no son ni más ni menos que los que corresponden a cualquier ciudadano dentro de nuestro país y en base a nuestra constitución (aunque pocas veces se cumplan); y también las respuestas singulares y colectivas que nos podamos ir dando, son la llave para empezar a destrabar esta “Guerra interna” que todos tenemos.
Esta posición ética, la de no renunciar a la indagación de los determinantes socio-históricos-culturales en la subjetivación y la de no renegar del carácter sintomático de los hechos sociales, es para mi en principio, una manera de trabajar y de vivir; pero estimo que podría constituir a la vez una hipótesis de investigación clínica que desarrollada a través de una metodología sistemática, favorecería tanto el despliegue de esta problemática, como la posible elaboración y producción de subjetivación sana dentro de nuestro campo clínico. Esta debe ser a mi humilde entender, la base o punto de partida de cualquier proyecto posible de salud mental y física para los veteranos, sus familias y de la comunidad en que viven y no solo abordar esta compleja problemática a partir del concepto de trauma y stress post-traumático, como se ha tratado de hacer hasta ahora.
Plantear esta posición no le quita dignidad a lo hecho por los veteranos-soldados en Malvinas; al contrario, pretende otorgarles un lugar en esta historia desde el cual pelear por los derechos que les corresponden, como el derecho a la salud (aunque su “resarcimiento” jamás pueda ser completo), que incluye en este caso, el de poder expresar algo de lo que he podido elaborar (no fácilmente) en todos estos años.

Lic. Marcelo Prudente.

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